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Yo dije que quería todo contigo

  • Valfré Saavedra
  • 21 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Yo dije que quería todo contigo y una noche me dormí pensando en ti y al día siguiente desperté viviendo el idilio de un amor.

Viví días de sol, días muy calurosos, tan calurosos que hasta el mismo fuego del infierno se podía sentir en el suelo y en los pies. Días lluviosos, de tormentas con granizo, de tormentas con puros truenos y de precipitaciones inesperadas. Hubo muchos días nublados y noches frías, de ese frío que cala los huesos y encoge los ánimos. Y en todos esos días bebí café, bebí tés de flores, de hierbas y raíces. Bebí alcoholes fermentados, destilados y añejos; pero nada de todo lo bebido me gustó más o me embriagó más que tu saliva, y hasta creo que bebí “agua de calzón” porque yo solamente me fijaba en ti, porque lo único que me importaba eras tú.

A donde sea que fuéramos nos prometimos tantas cosas, como si el secreto del amor fuera comprometernos a las palabras. Y yo te creí todo, creí todas tus palabras y en todas tus historias.

Recuerdo que me pedías nunca dejarte y yo resolvía al instante tu vida diciéndote que nunca lo haría; y ya ves amor mío que en el amor no se visualiza el panorama entero y uno se queda con lo primero, es decir, con la percha, el olor y la fragancia y lo que el otro dice. Yo me quedé por tu pasión a la historia, los relatos, los mitos y leyendas de los pueblos y ciudades y por lo que me dijiste estando dentro del Cuexcomate allá en Puebla.

Fue a la “olla de barro” que la usaste como el “lugar para guardar” nuestra historia lejos del alcance de la inseguridad, la violencia, la injusticia y la corrupción que han ido desarrollándose a lo largo de varios siglos de historia, que fueron dejadas como herencia de la gran élite política para la consolidación de una oligarquía mediante un gobierno autoritario y represor que en mayor medida se fueron acrecentando y consolidando a lo largo del siglo XX y otros males que aquejan y joden a nuestro país. Allí nos guardaste, dentro del Cuexcomate, como si fuéramos granitos de maíz protegiéndonos de “estos” insectos y de “aquellas” inclemencias.

Estando dentro de este volcán, el más pequeño del mundo, me dijiste que nuestros antepasados vieron despertar después de mucho sueño al Popocatepetl en el año de 1064 y que repentinamente, lejos de “don Goyo”, una columna de agua hirviendo se elevó por el cielo como consecuencia de la erupción. Temeroso el pueblo pidió al sacerdote el sacrificio de una persona de la dinastía real; entonces él ofreció a su hija Ameyaltzin (pequeño manantial) para así calmar la ira de los dioses.

Debido a su forma y a la gran cantidad de agua y barro que lanzaba el nuevo volcán fue llamado Cuexcomate y fue aquí en donde arrojaron a Ameyaltzin y con su sacrificio éste se extinguió y el Popocatépetl volvió a dormirse.

Ahí estábamos tú, yo y la historia, juntos en el interior del géiser más grande del mundo (porque eso es en realidad) y me contaste además que el 11 de marzo de 1943 el pueblo de La Libertad, en donde se ubica esta historia, fue incorporado al municipio de Puebla “la ciudad de los Ángeles” llamada así porque supuestamente fueron los mismísimos ángeles quienes trazaron y dieron forma a la ciudad y que además fueron ellos quienes colocaron la campana en la catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, una campana de 8 mil kilogramos que ningún humano había logrado poner en el campanario, entonces el "milagrito" se lo atribuyeron a los ángeles; ya después fue nombrada Puebla de Zaragoza en homenaje al general don Ignacio que comandara la defensa de esta ciudad en contra de las tropas invasoras del ejército francés; pero me dijiste que esa era otra historia que pronto me habrías de contar.


 
 
 

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