Dos de enero
- Valfré Saavedra
- 28 may 2017
- 2 Min. de lectura
Veintiséis años y sesenta y cuatro kilos tenía yo aquel día que te encontré en la terminal del sur. Tú entre toda esa multitud eras la persona más visible, tú en un mar de posibilidades de personas, en un mar de desconocidos tú eras a quien yo quería conocer.
Y me acerqué a ti con la seguridad de hacerme presente en tu vida. Llegué a ti buscando tus ojos, queriendo escuchar tu voz, esperando tener de ti tu atención. Te dije hola y me dijiste hola y nos sonreímos. Y después tu voz siguió hablándome y me dijo: "dame tu número".
Y yo como tonto, te di mi número de teléfono, mi número de la suerte y mi número de departamento. Y todo comenzó a dar vueltas y mi fantasía comenzó a construir un mundo en donde tú y yo vivíamos, un mundo que solo podía existir en mi cabeza que también daba vueltas y soñaba, y soñaba despierto mientras te miraba a los ojos, tus enormes ojos café claro y pestañas largas. Y como tonto te vi guardar mi número y te vi partir y mi sueño se fue contigo caminando.
A partir de ese momento supe que me habías conquistado. Desde el momento que te vi yo ya estaba enamorándome de alguien que no conocía y de quien desconocía todo, absolutamente todo. No sabía ni tu apellido ni tu color favorito, ni tu comida preferida o tu cumpleaños, no sabía nada de ti y ya era feliz ignorando quién eras, pero yo era feliz porque me habías mirado, porque me habías sonreído, porque me habías prometido llamarme y yo ya era feliz porque esperaba tu llamada, porque quería escuchar tu voz otra vez, porque ya estaba esperando verte otra vez, porque deseaba besarte, porque ya quería hacer el amor contigo, porque ya quería vivir contigo un día y una noche, porque yo ya quería dormir contigo y despertar contigo, porque yo ya quería vivir contigo algo, lo que fuera, una noche, un día, un momento, unas horas, un instante, algo, lo que fuera.
Encontrarte fue una señal, seguro que sí. Ese día comencé a creer en las señales, ese día comencé a creer en aquella frase: "por algo pasan las cosas", y sin ser religioso comencé a creer también en aquella otra frase: "los planes de Dios son perfectos". Me había convertido en un creyente ese día, ese mismo día la religión había ganado un nuevo adepto, un devoto más. Ese día me hice de mi número favorito, ese día era dos de enero. Ese dos de enero quedó marcado en mi vida como la resolución a una petición que había solicitado en una noche de diciembre, ese dos de enero se cumplió mi deseo pedido un treinta y uno de diciembre. Ese dos de enero comencé a creer en los deseos, en la fe, en la suerte, en la coincidencia, en los planes de Dios, en los propósitos de año nuevo y en las uvas. Ese dos de enero comencé a soñar y comencé a creer en las señales.

Comentarios