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Por los caminos del sur

  • Valfré Saavedra
  • 7 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 9 sept 2020

Temo nunca olvidarte. Temo que después de este tiempo contigo no sepa estar sin ti después.

Porque fue contigo que empecé a caminar despacio, con calma para observar los detalles, los acabados de las construcciones, de las ruinas, de los vestigios de antiguas culturas y las ruinas de nuestros tiempos. Fue contigo que caminé durante horas bajo el calor del sol y el frío de la noche y lo seco y húmedo en diferentes lugares.

Me llevaste a ver edificios del siglo pasado y de este siglo también. Y me llevaste por los caminos del norte y los caminos del sur, porque me dijiste "vámonos para Guerrero porque en él falta un lucero y ese lucero eres tú".

Fue así como llegamos a Tlalixtaquilla, en la zona de la montaña de Guerrero. En ese pueblo el cielo es tan claro que se puede ver más allá de las estrellas y las estrellas están más cerca de uno, tan cerca que crees alcanzarlas. Fue ahí en Tlalix que me dijiste que estando las estrellas más cercanas a nosotros los sueños se cumplen más rápido; por eso pedí, por eso prometí muchas cosas, por eso recé. Recé pidiendo por ti, por mí, por nosotros y "por si acaso".

¿Cuántas horas tardamos en llegar ahí? ¿Por cuántas orillas de barrancos pasamos para llegar ahí? ¿Cuánto polvo habremos respirado y tragado para llegar ahí?

Y todo lo hicimos porque tú tenías antojo de un caldo de cola de res, que según tú, preparaban muy rico en un hotel de un viejo conocido tuyo. Decías que todo viaje largo valía la pena si al final había un buen caldo, una buena cama y una buena cogida. Por eso en aquel hotel sabías de comidas, de camas y de pasiones y bien que sabías que todo estaba bien servido ahí. Mientras cocinaban tu caldo, aprovechaste para llevarme por las calles empedradas y polvosas mostrándome viejas casas de adobe, de piedra encimada una sobre otra, de barro y carrizo, de tejas y de palma, de madera y lámina, y en cualquier lugar saludabas a la gente y les decías “buenos días” o “buenas tardes”, pero no las “buenas noches”; porque las “buenas noches” me las dabas a mí.


Esa misma tarde, quisiste regresar pronto al hotel, porque mientras caminábamos habías tenido un fuerte deseo de besarme, de desnudarme y poseerme. Y te olvidaste del caldo pero te llenaste de mí y hasta yo perdí el hambre porque me habías dejado el cuerpo lleno de ti, de tus sabores, de tus olores y de tus aguas.

Y me dijiste que por fin el cielo de Guerrero ya estaba completo, porque aquel lucero que le hacía falta por fin había llegado.



 
 
 

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