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Antes de ti todo estaba en su lugar

  • Valfré Saavedra
  • 17 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Yo no era un idiota, me hice.

Antes de ti todo estaba en su lugar; mi talla, mi peso y las ideas. Todas mis habilidades de comunicación se estropearon tan pronto tuve que decir 'hola'. Ni el tono fue el adecuado, ni mi voz estuvo bien colocada y definitivamente no hice la mejor de las presentaciones. Mi coeficiente intelectual se había fugado con tus ojos en un paseo entre las nubes, con rayos de sol y chocolates que caían del cielo como una lluvia de caramelo suave; y todo olía a dulcería y panadería, a helado y pastelería. Y con tanto aroma dulce yo iba subiendo de peso, comiendo y saboreando mis sueños con un poquito de azúcar, canela, salsa de tomate, peperoni, cebolla, higos, pan, miel, mostaza y nuez. Una y otra vez comí de nervios, bebí de estrés, una y otra vez comí y bebí de placer y muchas otras ocasiones comí y bebí solo para estar callado y no decir más estupidez.

Contigo se me iba lo inteligente, como si fuera una hoja de árbol que vuela con el viento y que se va lejos, así mi conocimiento y mi criterio... ¡mi criterio! - Ese sí que se fue bien lejos- . Se fue tan lejos que nunca más le volví a ver ni le volví a escuchar. Todo me decía 'enamórate', enamórate a lo 'pendejo' sin conciencia y sin mí (sin criterio) porque eso es enamorarse a lo bruto, a lo bestia, a lo pendejo, pues, pero sabroso, rico y con mucho "post" arrepentimiento. El arrepentimiento se vuelve el postre de todas las comidas, de todas las cenas y cualquier desayuno.

Me comí en la primera cena que tuvimos todas mis advertencias y toda mi experiencia. Era tu boca y tu voz más apetecible que cualquier aviso de mis instintos, eran mis fantasías y mi imaginación la sal y la pimienta de esta comida. Yo tenía antojo solo de ti y tan pronto pude probarte comencé a comer sin detenerme, comencé a morderte, a lamerte, a beber de ti, a llenarme de ti.

Hay algo en el amor que te sube de peso pero también te baja el ánimo. El amor es el ingrediente invisible en cualquier guisado, en cualquier bocadillo, en cualquier alimento y a veces es dulce, a veces amargo, y uno se lo traga. Ese ingrediente es tan adictivo como cualquier droga o la misma azúcar. A veces no se puede detener el hambre, el apetito, el antojo; a veces simplemente nada está sazonado correctamente y aún así uno se lo come.


 
 
 

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