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Flores de pericón en septiembre

  • Valfré Saavedra
  • 15 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

Me preguntaste qué eran aquellos adornos de flores en forma de cruz que veías por las calles y en los autos, a lo que yo te respondí que eran para ahuyentar al diablo.

Te platiqué que cada 28 de septiembre las puertas del infierno se abren y es cuando el diablo anda suelto y hace de las suyas. Se lleva vidas y destroza los sembradíos o arruina las cosechas y para protegerse del mal las personas compran cruces de pericón para evitar la desgracia. Y entonces quisiste comprar un par de cruces "por si las moscas" y por si acaso, porque más vale prevenir que lamentar. Y pusiste una cruz en la entrada de nuestra casa, no por temor sino por gusto a la tradición y porque te agradó el aroma de la flor.

Y nunca fui ni quise ser creyente, pero por primera vez tuve deseos de creer en la fantasía de estas historias, de estos cuentos casi de hadas. Quise creer que la flor de pericón te protegería de cualquier misterio y maldad que pudiera dañar tu corazón, y esa noche por vez primera pedí a las flores que cuidaran de alguien; de ti.

Al día siguiente, 29 de septiembre, nos enteramos en los periódicos locales que hubo tres muertitos. A uno la muerte lo encontró en la madrugada cuando se disponía a abrir su fonda y quedó tendido el hombre sobre los escalones del local, otro se había abierto la cabeza de un "borrachazo" y al tercer difunto el infarto le agarró en su alcoba. El diablo había estado muy ocupado aquella noche, aquella madrugada.

Ese mismo día nos fuimos a pueblear, pues el día 29 se inicia con la primera elotada del año; por eso nos fuimos buscando elotes cocidos en agua en Ocotepec y cocidos en leña en Tepoztlán. Fue en Ocotepec que te hablé de las ofrendas para la celebración del día de muertos y en Tepoztlán te hablé de los niños que van pidiendo "calaverita" de puerta en puerta con sus chilacayotas.

Amé tus gestos, tus reacciones y todas tus dudas y todas tus preguntas para cada respuesta, parecías un niño pequeño que solamente preguntaba porqué y porqué.

Ese día poco a poco aprendiste a ponerle a todo limón, porque los mexicanos a todo le ponemos limón. Para el dolor de estómago y la diarrea "coca-cola" con limón, para el resfriado y dolor de garganta un té de limón, para cocer pescado puro jugo de limón, que la sopa de pasta sabe mejor con limón, que el arroz es más sabroso con limón, para el dolor de amor tequilas y limón, para heridas y raspones untar limón y echar una bendición.

Y comiste además, tamales de elote con crema y atole de elote tierno endulzado con piloncillo; y a todo le entraste con mucho entusiasmo y singularidad alegría y despreocupación hasta que te llegó la inflamación y la indigestión, fue entonces que comiste sal de cal untado en un limón. Y yo te dije que el diablo se te había metido por eso habías comido demasiado. Ese día reíste tanto y yo fui un tanto más feliz con solo verte devorar y tanto sonreir.


 
 
 

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