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Se cayó nuestra historia y la casa en septiembre

  • Valfré Saavedra
  • 21 sept 2017
  • 4 Min. de lectura

Todo lo nuestro se derrumbó, se cayó. Lo último que me unía a ti y solamente de manera sentimental terminó por caerse en la tarde del diecinueve de septiembre del dos mil diecisiete.

Lo que alguna vez fue nuestro hogar quedó destruido y reducido a escombros, porque eso queda después de una separación emocional, porque eso queda después de un sismo.

Treinta y dos años habían pasado del peor terremoto en México y en el aniversario de aquel fatídico día un nuevo movimiento telúrico nos cambió la vida, el paisaje y la historia.

¿Cuántas cosas habían cambiado para mí en todo este tiempo, desde que te conocí y hasta el día que nos separamos? Todo cambió para mí: mi humor, mi mente y mi cuerpo y según yo, ya no podía existir alguna otra cosa que pudiera cambiarme totalmente y de manera radical. Que mal estaba. Estaba totalmente equivocado. Sucedió lo inaudito, lo increíble, lo impensable y los más terrible.

Morelos fue el Estado en el que tú y yo comenzamos a vivir y a crear nuestra historia, nuestro romance, nuestro todo. Fue en éste Estado en donde nos conocimos, nos juntamos, nos amamos, nos vivimos y nos dejamos. Nos dejamos en las calles, en los callejones, en los rincones, en las esquinas, en los restaurantes, en los edificios, en nuestra vivienda y nos dejamos porque sí; porque ya no se podía soportar la esencia, los contornos, la figura, la mente, las acciones, las palabras, los hechos, los antecedentes y todos los detalles que nos fueron llenando de descontento mutuo, de inseguridades y de desprecios y de vacíos y de ausencias y de todos los dimes y diretes.

Yo nunca pude odiarte por más motivos certeros que tuve y por muchas ganas que tuve de romperte la madre, nunca pude odiarte porque tuve todo el dolor del mundo en mi cabeza, en mi corazón, en mi entusiasmo, en mi alegría, en mis virtudes y en mis sueños. En todas partes doliste y con un sufrimiento así no se puede odiar, solo se sufre y solamente queda resignación.

Pero hoy, hoy 19 de septiembre del 2017, mi sufrimiento llegó a cumplirme. La pregunta que muchas veces y de manera repetida (repetidísima) que me hice en silencio por meses "¿cuándo todo desaparecerá?" tuvo respuesta.

Treinta y dos años de edad tenía cuando un fuerte terremoto sacudió a mi Estado, Morelos; y casi todo lo que contigo viví se había esfumado para siempre. Todo había desaparecido.

Nuestro hogar en Cuernavaca se había caído. La torre latinoamericana se cayó y con ella mis recuerdos de vida contigo. Pero también muchos lugares que visitamos como las iglesias de Cuautla, Jiutepec, Tlaltizapan, Ocuituco, Chalcatzingo, Popotlán, Totolapan, Oaxtepec, Tepoztlán, Tlayacapan, Hueyapan, Jojutla, Atlatlahucan, Yautepec, Tenango, Yecapixtla, Tetela del Volcán, Tepalcingo, Zacualpan de Amilpas, Temoac, Amayuca, Jonacatepec, Jantetelco, Huazulco y casi todas las iglesias de todo Morelos fueron fracturadas, destruidas y arruinadas. Y por primera vez sentí que a los creyentes los habían abandonado. Sus refugios de adoración se habían caído y con ellos el cielo encima.

Todo lugar visitado por nosotros se había roto, todos nuestros recuerdos se habían reducido a escombros, todo lo que una vez conocimos había quedado en ruinas igual que nuestra historia de amor. Todo había quedado como yo, devastado.

Lloré demasiado, la angustia se había apoderado de mi tranquilidad una vez más. El departamento en el que vivimos en la torre latinoamericana se había caído y yo también. La casa se había caído ¿y tu? ¿Qué habrá sido de ti? ¿En dónde estabas? ¿Quién chingados sabía de ti? ¿Quién chingados podía hablarme de ti?

Por fin supe de ti, supe que estabas bien, que estabas vivo y yo estaba agradecido con la vida y con mi buena suerte; porque el hecho que estuvieras vivo también era cosa de mi buena suerte.

Hubo quienes me dijeron que era tanta mi suerte porque la vida a ti y a mí nos había separado y por eso yo estaba con vida porque de haber perdonado otra vez tus pendejadas tú serías quien estuviera contando esta historia y no yo.

En Morelos fue un terremoto lo que destruyó monumentos históricos y culturales, destruyó la vida de muchas personas y acabó con la vida de muchas personas aquí, pero también en la Ciudad de México, en Guerrero, en el Estado de México y Puebla.

Apenas un par de días pasaron del terremoto en Oaxaca y que afectaron demasiado a Chiapas y repercutió en Estado de México, Tlaxcala, Hidalgo, otra vez Puebla, Veracruz, Tabasco, otra vez Guerrero y otra vez Morelos. El país en el que nací y por el que tú y yo viajamos comenzaba a caerse.

La vida nos había sorprendido, la tierra nos había sorprendido, la tristeza nos había sorprendido, la muerte nos había sorprendido, pero también nos sorprendió la humanidad con gestos de solidaridad y cariño.

Cuántos recuerdos ya te quedas en la memoria y en el corazón, cuántas cosas más estás por vivir. Yo no sé cómo seguirá tu vida y tampoco buscaré tener razón de ti. Hoy me alegré de saber de ti porque no te deseo ningún mal. Porque indudablemente siempre te amaré.

Después del terremoto más terribles y el único del que se tiene registro en Morelos, México; nunca más volví a saber de él.


 
 
 

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