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Nosotros y el sismo

  • Valfré Saavedra
  • 22 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Yo ya había perdido todo.

Muchos años antes, antes de ti y antes de otros, yo ya había perdido la fe y antes de perder la fe, yo ya había perdido el interés en cualquier religión.

Pero tú, tú si que fuiste algo divino, eras el padre, el hombre, el hijo, el espíritu santo, el espíritu libre, el amante, amen. De un día al otro ya eras santo de mi devoción, mi ángel de la guarda y afortunadamente de "virgen" no tenías nada.

Yo no vi maldad en tus ojos y tampoco en tus labios mucho menos noté maldad en tu voz ni en tus palabras pues todo cuanto decías sonaba como canto, como una oración al cielo, como algo cierto, como algo lindísimo. Por eso desde el primer momento acepté tus besos, por eso desde el primer momento mis abrazos se abrieron y también mis piernas. Por los siglos de los siglos.

Me convertí a tus ideas,a tus creencias de tierra, de plantas, de árbol, de flores, de amores, de mar, de incienso, de marihuana y alcohol. ¿Cuántos cigarros de marihuana fumamos para relajarnos y reírnos de nosotros mismos y cuántas veces te vi con los ojos perdidos y cuántas veces te oí las ideas dispersas? ¿Cuántas botellas de cervezas y cuántas botellas de mezcal nos habremos chingado en noches de reflexiones y pensamientos profundos? ¿Cuántas veces nos hicimos promesas y juramentos como si fuéramos santos para rezar?

Y cuando de rezar se trató, me acuerdo que nos detuvimos en la Catedral de Cuernavaca y en plena ceremonia de boda yo pedí que un día esta celebración fuera la mía.

En la Parroquia de la Natividad, allá en Tepoztlán, nos quedamos un rato observando los cerros desde el mirador y yo ahí vi mi futuro contigo y recé para que así sucediera.

En la Parroquia de San Juan Bautista en Coatetelco recé al viento esperando que nos llevara lejos muy lejos pero juntitos, juntitos.

- ¡Oh Señor, columna finísima en quien se sostiene todo el mundo! - Escuchamos a un creyente orar en Jiutepec dentro de la iglesia de Santiago Apóstol y más personas alumbraban con ocotes las calzadas y las calles del poblado por la llegada de Santiago para que no encuentre oscuras las calles porque de no ser así se enoja y cuando lo encuentra con luz llena al pueblo con bendiciones. Y ahí recé para que nuestra vida fuera iluminada siempre. Y con ese motivo festejamos la fiesta al Señor de la Columna con la danza de los chinelos, con un castillo forrado de fuegos artificiales y un torito de "cuetes" a los que les prenden fuego para revivir la tradición y la fe de los creyentes.

Y también nos fuimos al convento de San Guillermo en Totolapan, y al templo de Santo Tomás de Tetelilla en Jonacatepec. También nos fuimos buscando a la iglesia de Chalcatzingo y al santuario del Señor de Tepalcingo. Visitamos la Parroquia de la Asunción en Yautepec, la iglesia de Tepalcingo y la iglesia de Huazulco y de todas ellas toqué sus muros antiguos, viejos y llenos de historia esperando y pidiendo que también nuestros muros se llenaran con historia y duraran siglos y siglos como estás edificaciones.

Y todo se fue al carajo. La historia de siglos, los templos, las iglesias, las parroquias, las catedrales y demás. Un terrible terremoto ateo arrasó con las edificaciones, con la casa de cuanto Santo patrono y de cuanto Señor de no se qué, y arrasó con los siglos de los siglos, amén.

Y no hubo columna alguna que resistiera siglos más de ideología, de doctrinas. Todos los dioses del México antiguo se habían levantado de sus vestigios, de todos los templos prehispánicos reducidos a iglesias, de cada piedra sagrada usada para imponer ideas y someter. Cada dios antiguo reducido a granito y polvo se levantaron de los escombros para dejar en nuevas ruinas a los templos. Toda fe, toda creencia se había ido, y también nosotros; tú y yo.

No hubo rezo mío que durara, ninguna promesa se sostuvo, ninguna bendición perduró, ninguna buena intención fue buena. Tú y yo habíamos jugado a revivir conquistas durante años y antes de conocernos y en cada conquista siempre hubo un fracaso y tú y yo volvimos a fracasar.

Nos fuimos al carajo en un instante. Fuimos esa energía acumulada debajo de la piel, de la tierra, y un día explotamos. El sismo fue en Morelos y fue en nuestros corazones y ahí, en el corazón todo se cayó, todo se derrumbó y lo mismo pasó en la tierra del Estado.

Nos fuimos a la mierda. Nos quedamos siendo ruinas pero tú más ruín que ruina. Yo un tanto arruinado y no ruina, más bien un vestigio.


 
 
 

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