Fue tu mano, pero fueron mis pies

Me fui. Me fui cuando la salida tu mano linda me mostró por dónde era. Tu manita que una vez fue mi amiga, un día con un sólo dedito me enseñó por donde era el camino de partida. Mis pies ese día se hicieron enormes y llenos de valor para avanzar por ese pasillo del olvido, el mismito que dicen que ven los que mueren y que luego vuelven, un pasillo largo, larguísimo... Así yo caminé uno cuando me despediste. Caminé por un pasillo largo y tendido en donde vi todo, en donde vi principalmente la cara que te conocí una noche de un febrero; y entre más me alejaba de ti, más me acercaba a ese recuerdo, al recuerdo de tu cara, tu carota, con tus cejas dispersas y pelos en las orejas, con ojos pequeños y pestañas a penas rizadas, de ojos cafés claros casi amarillos y de boca bella.

Pasillo largo del destino que uno camina todo la vida esperando encontrar algo bonito, lindo, algo que haga creer que el caminar por ahí, por ese lugar, por ese pasillo, vale la pena avanzar.

Tu mano, tu santísima mano que besé tantas veces, tu mano que pasé tantas veces por mi rostro para que nunca tu tacto me olvidara, fue la misma que me soltó, la misma que me abandonó a mi suerte sin ti y que no se detuvo para decirme "adiós". Tu mano linda que tanto quise y de la que tanto me aferré, fue la misma que un día sin decirme nada me dijo que no me quería, que no quería sujetarme, que no quería complacerme y que no quería nada con mis dedos.

Me dijo adiós tu mano, tu gesto y la puerta, y aunque la despedida para cada quien era distinta, para los dos era el final para siempre. Caminé por el pasillo de la muerte esperando no morirme, deseando regresar como lo desean los que vuelven de la muerte; pero no. Mis pies se hicieron grandes, firmes y fuertes, y si por algo no me regresé y si por algo no me volví, fue por ellos, por mis pies, porque por ellos es que siempre sé para dónde ir y para dónde no volver aunque el corazón diga otra cosa.