7. Yo era mar
- Valfré Saavedra
- 21 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 jun 2021
Me había secado. Todo estaba seco en mí. No había humedad en mi cuerpo. Desde la nariz, los ojos, la boca y los lugares en donde se supone debía sudar más no había nada. Me había secado para siempre. Yo había sido antes un mar, uno lleno de vida, con olas, con mareas, a veces en picada y otras en serenidad, había sido un mar extenso y virgen y descubierto una vez. Después el desierto.
Como las extensas tierras llenas de arena y faltos de agua, así quedé pasados los años y los siglos y la eternidad, así quedé después de ti, así quedé después de tu llegada y de tu partida. Me quedé desgastando las murallas que me habían defendido antes, las que había construido día a día con mis preocupaciones, con mis miedos y represiones. Todos esos muros se habían convertido en ruinas y después en arena de una playa y después de la playa que había nacido para ti, para que llegaras a mi orilla y después pudieras caminar en mí y quedarte a vivir; después de eso vino el desierto cuando te fuiste. Te fuiste y contigo se fue el mar, la vida y el viento. Se quedó el calor, el ardor, la sequía y la muerte. Y todo lo que una vez fueron montañas se volvieron dunas y todo lo que fue tierra fértil se hizo polvo.

Todo se quedó seco en mí. Mis ojos no podían llorar más y el resto de mi cuerpo estaba tranquilo, en un momento suspendido, como una mariposa en crisálida, como alma en pena, como abeja sin colmena, como hormiga que no encuentra el camino, como león sin reino o como una hiena sin motivo para reír.
Todo estaba seco en mí. Las palabras que salían de mi boca caían como arena en un reloj y mí boca no decía oración alguna sin que oliera a muerte, a putrefacción de la carne muerta, la carne que sin razón de seguir existiendo se descompone, todo olía mal en mí, el aliento y la piel, el cabello y las uñas, las ingles y los pies; todo se descomponía en mi cuerpo.
Aquello que por un instante había conocido como mío se moría. El cuerpo que apenas conocía y que apenas reconocía como mío moría. Porque cuando te conocí apenas y sabía quién era yo. Cuando te conocí yo no sabía de besos, ni de aventuras, ni de alcoholes, ni de resequedades. No sabía cómo se sentía tocar el cuerpo de otro sin camisa, sin pantalones, sin calzones. No sabía como se sentía el piso de una casa en donde pierdes por primera vez, segunda y tercera vez la noción del tiempo, el aliento y casi la vida. No sabía qué era el amor y la vida hasta antes de ti. Yo no sabía nada de mí hasta que llegaste. Yo había comenzado ha amarme por lo que descubrí gracias a ti.
Era por ti que el sol salía y que la noche existía. Era por ti que una flor giraba para buscarte y fue por eso y por ti que después la nombraron girasol; y aunque yo nací en esta vida como humano, seguro antes fui flor, una que giraba buscándote. Me había tocado ser humano, uno de carne y no de barro, ni de madera ni de metal; yo era de hueso, carne e inseguridad.
Tú con tus manos, tus enormes manos, con tus enormes manos de santo y diablo gastaste mi carne y roíste mis huesos hasta dejar en polvo lo que una vez había intentado ser.
Y un día sacaste todo el mar de mí, toda agua de mí. Un día me quitaste todo y me dejaste tirado en la orilla de algún lugar, de un risco, de una isla, de un país, de un mundo y de la muerte. Ahí me dejaste, sin tu agua, sin tu sombra, sin tu olor. Me dejaste ahí, sin sentido, sin razón, sin dirección, sin motivos, sin mi cuerpo y sin mi sombra. Me dejaste a la suerte y sin un adiós. Y me dejaste al olvido, que es el destino final de la muerte.
Comments