Marzo 22

Llevo un mes ganándole al despertador. Está programado para sonar a las diez de la mañana y continuar así cada diez minutos en caso de posponer la alarma.

Me despierta mi intestino. Ir al baño es lo primero que hago desde hace un mes.

Los siguientes veinte minutos que paso sentado en el inodoro los desperdicio viendo mis redes sociales. Para cuando termino de hacer ambas actividades y me dispongo a salir del baño, vuelvo, porque al parecer aún no he terminado de evacuar del todo.

Después preparo el café, café fuerte, robusto, intenso. Tomar tres tazas de café robusto es lo más intenso que he hecho desde hace meses...

Entre la diarrea matinal, el cansancio constante, el mal humor estacional, la impaciencia, el hartazgo, los kilos ganados, los dolores físicos propios de la inactividad y las emociones disparadas, el café es sin duda lo menos intenso.

"Simple" es la palabra que define este momento largo de mi vida. Todo está lleno de simpleza. Mi vida es simple, más simple que el agua para beber.

Tengo dificultad para dormir. No hago otra cosa más que desvelarme pensando en las cosas que dejé de hacer, en las que hice y en las que me hicieron, y por supuesto pienso en escenarios inexistentes. A veces a mi histeria contenida se suman los maullidos de los gatos en celo que detona en odio profundo contra de ellos -¡qué detestables animales son los gatos, no hay más, lo son!- y en mi imaginación los persigo hasta el cansancio y soy yo quien les maúlla en sus casas, en el arenero, en la barda de su preferencia y les arruino el apareo.

Casi todas las noches los perros de las casas vecinas y los perros callejeros ladran intensamente y estoy seguro que hay un perro tan imbécil que le ladra a su propia sombra y es muy probable que ese mismo animal le ladra a los desgraciados y fastidiosos gatos que andan en brama. Ojalá se encontraran y se hicieran la guerra, a cuchillo o navaja, como lo hacían los animales de antes.

A veces imagino lo maravilloso que sería el silencio.