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Mi cuarentena y la inminente locura que conlleva

  • Foto del escritor: Valfré Saavedra
    Valfré Saavedra
  • 16 abr 2020
  • 5 Min. de lectura

Es un hombre de ruidos, que los hace para hacerse notar o al menos, con los años que llevo de conocerle, es el único sentido que le puedo encontrar.


Se levanta y lo hace saber. Tose y tose y vuelve a toser, no tantas veces como lo hace cuando de estornudar se trata. Los rincones de la casa resuenan con estruendoso ruido que le sale desde los pulmones hacia la nariz y que termina en la boca haciendo eco en toda la casa y a veces los mismos perros vecinos tan solo de escucharle comienzan a ladrar, así, con tal sonido deja a los pobres gallos de la vecina sin oficio que ejercer por la madrugada.


Son las seis de la mañana y el hombre ya se ha puesto de pie, prendió luces, estornudó diez veces, despertó a los perros de los alrededores e hizo gluglutear a los guajolotes de la vecina; entonces se dispone a bañarse, un ritual que consiste en casi una hora. El hombre tiene bien entrenado el intestino y está acostumbrado por cronómetro mental con el tiempo asignado para evacuar. Después viene la ducha la cual le lleva el resto de la hora y de principio a final se le puede escuchar una filarmónica gutural tan pronto el agua le moja el cuerpo, eso es solo un preludio a las gárgaras junto con el sonido del estropajo y jabón; y vaya Dios a saber cómo él logra sacar sonidos de todo cuanto toca y hace.


Sale del baño, es indudable que él lo ha usado pues todo está mojado. Primero se sacude igual como lo haría un perro -así lo imagino pero no es porque lo haga realmente- y después se seca el cuerpo con la misma toalla de hace años, la misma que pondrá a secar en el mismo lugar en donde acostumbra desde hace años; porque él es un hombre de costumbres y de años.


Se pondrá sus pantalones anchos, de tiro largo y con pinzas en los colores que acostumbra: azul marino, marrón o gris y usará alguna camisa de manga larga como acostumbra, se peinará con el mismo cepillo que conocí cuando yo era un pillo, es un cepillo tan viejo que debe estar ya poseído por el uso y la costumbre, que seguramente el mismo artículo ese se sentiría triste si un día lo tirasen. Se pondrá encima la misma loción que conoció hace años y que si no es esa la que él usa se sentiría como si no anduviera perfumado.


A veces le molesta tanto la soledad o estar consigo mismo que es capaz de ir a molestar al prójimo para que se levante -en este caso, yo- aseverando que "no son horas para seguir acostado". Es un hombre que molesta desde temprano y desde siempre (que yo recuerde).


El ritual continua cuando se dispone a preparar su jugo verde. Primero, antes de los "buenos días" se quejará y hará corajes porque no es capaz de encontrar la licuadora que por supuesto está frente a él y que, seguramente vio, pero prefirió ofenderse haciéndose la víctima del desorden de mi madre. Después continuará quejándose de no encontrar las frutas que necesita, las que muchas veces frente a frente le gritan "aquí estoy, aquí estoy", "¿cómo es posible que no me viste?" -claro, si las frutas hablaran, eso le dirían- pero lo que pasa realmente es que él no es capaz de ver ni de observar; él va por la vida con los párpados abiertos y los ojos cerrados -a veces creo que no ve más allá de su nariz-.


Pondrá sobre la mesa una toronja la cual tardará casi treinta minutos en pelar y limpiar, porque quitará la cáscara, luego la piel que cubre a cada gajo del cítrico. No le gusta la idea de usar el extractor por dos razones: la primera, porque sólo obtendrá el jugo pero no la fibra y la segunda, porque hace un ruido que a él no le agrada.

Tratará de partir el nopal en tiras casi del mismo grosor, desafortunadamente para él, el vegetal en su forma es irregular -y yo sé que sería más feliz si el cactus fuese cuadrado- así que por esa cuestión (de la naturaleza) dejará pasar ese hecho desconsiderado de "Dios" por hacer al nopal como lo hizo.

Llegará el turno de la manzana a la cual partirá en cuatro pedazos y descorazonará.





Como no confía en la licuadora verterá en ella ingrediente por ingrediente. Primero la toronja y hará sonar el motor, después el nopal y volverá a hacer sonar al electrodoméstico y después la manzana y una vez más encenderá el aparato. No hará todo junto y de una sola vez, no, no, sino uno por uno, hasta obtener el licuado perfecto, el que le hará saber que el jugo verde quedó perfecto, justo como él le gusta.

Me invitará del jugo y se quejará de lo tarde que ya es y me hará saber que no hay nada para desayunar y que él ya tiene hambre -aquí entre nos, rara vez nos quedamos sin qué comer, pero además de no ver, él no sabe buscar-. Comerá galletas y beberá un poco de café, quizás se haga una tortilla con queso (si bien le va) y como estará de malas se morderá la lengua o el cachete y se llamará así mismo "pendejo" y dirá cuánto "lo lleva la chingada" y no podría faltar su expresión favorita: "puta madre". Todo en una misma oración. En realidad es un hombre de pocas expresiones pero sustanciales.


Ya tomó jugo, comió galletas (y alguna otra cosa) y bebió café. Poco a poco comenzará a escupir los pedacitos de alimentos que le quedan atrapados entre los dientes y que le estorban. No será capaz de levantarse para asear la boca como es correcto, ¡no!.

A mi costado emitirá el sonido a presión del aire impulsado por los músculos de la lengua que le ayudarán en la batalla para desterrar de entre sus dientes los residuos que tanto le estorban. Yo, a un costado, veré volar la fibra de la manzana, la masa de la galleta o cualquier otro misil según sea la hora de comida: desayuno, comida o cena. Un desagradable mal hábito que estila desde hace meses.


Durante el transcurso del día emitirá sonidos con la garganta, con la nariz, escupiendo, bostezando, eructando, masticando, tragando agua, tronando la boca, estornudando, flatulencias, borborigmos. Hará sonidos con los dedos tamborileándolos sobre cualquier superficie plana, con las llaves, arrastrando sillas, chocando cubiertos, platos y vasos, moviendo papeles, abriendo y cerrando puertas de todo tipo y de cualquier mueble, tirando cosas, doblando cosas, reclamando cosas, exigiendo cosas, diciendo cosas, mentando madres, y todo con la televisión prendida, y todo mientra suena el teléfono y los celulares y todo mientras suena la aspiradora, la alarma del horno de microondas, mientras el carpintero usa la cierra y hace aullar a Óscar, mientras el camión de basura avisa que va pasando, mientras pasa el camión del gas, el del agua, el de los helados, el del ropavejero que pregona "se compran colchones, refrigeradores, estufas o algo de fierro viejo que vendan", y todo esto todos los días, desde el alba hasta el anochecer... y a veces suenan disparos también, y a veces una fuga de agua que canta goteo a goteo mientras las manecillas del reloj suenan segundo a segundo mientras los grillos grillan y los mosquitos zumban y están los zumbidos propios que existen solamente por dentro de mis oídos. Todos los días y todas las noches.


Mi papá no es el único que hace ruido en este encierro, también está mi mamá y están los ruidos en mi mente, los que llevan meses y los que llevan años ahí atascados en mi cabeza; y además, está el calor que me pone de malas.





 
 
 

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