No te diste cuenta
- Valfré Saavedra
- 20 may 2021
- 2 Min. de lectura
Algo se había acabado antes de nuestro amor; yo.
No te equivocaste al decir que yo no era el mismo. Yo no era el mismo y ni yo mismo podía reconocerme. Quien había sido antes se había ido para siempre y sólo quedaba yo, la versión de mí que no podías reconocer pero que curiosamente se había forjado a base tuya, a fuerza tuya, a desgaste tuyo, a erosión tuya, a mentiras tuyas y falsos sentimientos.
Yo ya no era el mismo. Yo lo descubrí antes de ti. Para cuando te percataste que yo había cambiado ya era demasiado tarde; aquel tipo de antes se desvaneció poco a poco entre los corajes, las frustraciones, las mentiras, los engaños y los abandonos. Quedó una pálida sombra del hombre que habías conocido y no era suficiente para satisfacer tus expectativas, pero mis expectativas (por ti) habían sido vaciadas, secas y olvidadas, como si hubiesen sido plantas, como si hubiese sido un jarrón lleno de agua y vaciado después, como hubiese sido mar una vez y vuelto desierto después.

Pero tú estabas igual, igual que antes de mí e igual conmigo. Tú sí que no cambiaste nunca. A ti no te cambiaron mis sentimientos "porque eran míos" pero eran míos hacia ti, pero seguían siendo míos, no tuyos, y por eso no te importaban.
Yo cambié entre tus manos y tus brazos y a la sombra de tu espalda que siempre me dabas en la cama. Yo cambié durante las noches al mirar tu espalda, una y otra vez, una y cien, una mil veces cambié mirando tu espalda, mirando tus lunares, tus pecas y poros, yo cambié mientras tú leías un libro y yo leía tu espalda. Yo cambié todas las noches mientras tú leías y yo sentía que tu espalda era el muro que dividía nuestra vida, la mía, mí vida contigo. Tú leías y yo sufría.
Cambié o me cambiaste. Cambié y me cambiaste, esa es la verdad. Me cambiaste la vida, el amor, la idea, la confianza y me cambiaste por otro una noche, otras noches me cambiaste de palabra, de obra y otras de omisión. Tú me cambiaste y un día ya no supiste quién era yo; pero yo ya sabía al fin quién eras tú. Tú eras una mentira con cara, con voz y cuerpo de quien me enamoré, así, como se debe enamorar, de lleno y sin duda, con todo y dejando el alma, al filo del cañón y de la espada, a pluma y papel como en los viejos tiempos, con flores y pañuelos, abiertamente y sin titubeos, con amor y honestidad, con las defensas caídas y con los pies en la tierra.
Y yo no pude hacer nada para detenerte. Te me escapaste como agua entre las manos, como arena entre los dedos, como el aire de los pulmones después de un golpe en el estómago, y así igual me faltaste. Me doliste todas las noches, me doliste todos los días y por eso fue que un día se acabó lo nuestro, más lo mío, porque era mucho mí amor por ti, era mucho mi deber por ti, mi querer por ti, mi ser para ti. Tú eras demasiado o yo te hice demasiado. Me acabé antes de que te dieras cuenta, antes de que sintieras.
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