Te seguí con todo
- Valfré Saavedra
- 6 may 2020
- 4 Min. de lectura
¿Qué me habrás dado para enamorarte tanto, para que te amara de esta forma? ¿Qué fue lo que me hiciste? ¿Qué fue lo que me diste? ¿Qué habrá sido lo que me diste a probar para que yo te amara tanto así?
Yo te seguí por los caminos de la vida, por las subidas y bajas de cuanta calle y también por las subidas y bajadas de tu humor, de tu ánimo, de cuerpo, de tu querer. Te seguí por la sombra y por la luz, por lo claro, lo nítido, lo turbio y lo borroso, por las orillas de las aceras, por las orillas de las playas, por las orillas de rocas sobre el mar, por los peñascos, los acantilados, y los vacíos, desde el alba hasta el ocaso, desde el principio y hasta el final y por los siglos de los siglos.
Te seguí por las rutas de tus antojos, del pan, del queso y el vino. Por la ruta de los conventos y por las rutas migratorias persiguiendo aves y siguiendo trenes cargados de indocumentados con sueños en bolsillos vacíos y sin saber si volverían.
Te seguí entre los matorrales, arrozales, cañaverales, rosedales y cuanto cultivo fuese. Te besé entre lavandas, entre pastos salvajes, entre yerbas que cortaban y yerbas que ahutaban, entre magueyes, entre palmeras, entre la gente, sobre piedra volcánica, sobre hojarascas, bajo la lluvia, bajo la sombra de un árbol y bajo el rayo del sol, bajo un cielo nublado, despejado, húmedo o frío. Te besé a las siete de la mañana cuando desperté y antes de irme, al regreso, al servirte un guisado, después de beber, mientras bailamos, después de cantarte una canción y antes de dormir.
Te seguí la boca, las nalgas y las piernas. Te seguí porque mis razones siempre respondían a ti, a ti y a tu voz, a ti y a tus ojos, a ti y a tus manos, a ti y a tus encantos, pero más te seguí por mis convicciones, porque estaba seguro que era contigo con quien quería caminar por donde quiera que fuera, cómo fuese y a dónde llegase el camino, la vereda, la calle o la carretera.

Por eso nunca pregunté a dónde íbamos o a dónde llegaríamos, porque sin importan a dónde fuese ahí estaría contigo. Por eso nunca dudé de tus deseos de conocer, de caminar, de comer y de beber, por eso nunca dudé cuando una idea te convencía de hacer y deshacer. Quizás sí fueron tus ojos, quizás sí fueron tus labios, quizás sí fueron tus manos. Tal vez fue tu voz, tal vez fue tu sonrisa, tal vez fue tu imagen completa. Seguro fue el vino, seguro fue por saber de tu soledad, seguro fue porque quise cuidarte, seguro fue porque quería enamorarme de ti. Seguro fue porque así lo quise. Seguro fue porque te amé.
Te amé y te amaba. Amé tus cosas, tus divinas cosas, aquellas cosas que te hacían irresistible como tu letra, tu tono, tus acentos, tus aciertos, tus dudas, tus gustos, tus camisas, tus mezclillas, tus zapatos, tus zapatos color caramelo con agujetas anaranjadas, como también tu cintura estrecha y la cicatriz en tu pecho, como los lunares en tu espalda, como las pecas en tus hombros, como tu risa contenida que hacia mover con temblores tus hombros y cerrar los ojos cuando la risa era grande. Amé tus labios y tus besos. Amé tu cuerpo de pies a cabeza y de vuelta, por el frente y por detrás. Amé los pelos demás, los que te sobraban y no te hacías recortar. Amé tu manera un poco desviada de caminar con la cabeza hacia un lado como si fueras descansando las ideas. Amé tu paso firme, tu zancada digna de un atleta y la firmeza de tus pantorrillas al avanzar. Amé cómo te rascabas la nariz y cuando frotabas tu barbilla al momento de pensar. Amé tus ojos perfectamente cerrados al momento de dormir y tus ojos perfectamente abiertos para observar los detalles que te interesaban.
Amaba la idea de una vida contigo.
Algo me diste y me lo bebí. Quizás fue toloache lo que me diste y, aquí entre nos, de haberlo sabido todo me lo hubiese bebido sin titubear, "pa´ arriba, pá bajo, al centro y pa´ dentro" me lo hubiese empinado hasta al fondo cual caballito de tequila o copa de mezcal. Me diste besos en la frente y en la boca y a veces en otras partes de mi cuerpo y a veces me diste besos de lengua, de esos que me llenaban, de esos que me excitaban, de aquellos besos de los que nunca me cansaba.
Me diste tu mano, me diste tu palabra, me diste de caricias, me diste acostado, de frente y de espalda, de ladito, recargado y de pie; en la cama, en el sillón, sobre una mesa y en el suelo, a veces de día, a veces de noche, a veces por la tarde, a veces sí y a veces no.
Me diste amor, me diste alas y me diste cuernos.
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