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2. Tu departamento

  • Foto del escritor: Valfré Saavedra
    Valfré Saavedra
  • 18 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 20 oct 2020

Me acuerdo de todo porque que puse atención a los detalles, a tu casa y a tu cuerpo.

Tu casa era un departamento pequeño en donde podían caber dos, siempre y cuando el que habitaba no fuera egoísta. Había pasto en un pequeño jardín al que le hicieron caber una alberca caprichosa y suicida que miraba al vacío de una barranca.


Pasando la puerta oscura, café y sin chiste de tu entrada había una mesa mediocre para cuatro que miraba a una parrilla eléctrica de dos hornillas que acompañaban a un refrigerador mediano y vacío por dentro al que le sobrevivían en un frasco con un par de aceitunas en salmuera y las sobras de lo que fue una comida china.





Yo nunca vi eso. Yo vi un lugar suficiente para ser feliz. Vi una mesa grande para dos personas que ponían sobre ella las hoyas de un par de guisos cocidos a fuego lento en una basta estufa. Yo vi un par de vinos guardados en la nevera y ahí mismo unos quesos, verduras, carnes y charcutería lista para cualquier momento.


Vi un baño al que le cabían una pasta dental y dos cepillos dentales metidos en una taza que descansa sobre el lavabo. Vi espacio suficiente para unos rastrillos, geles y peines. Vi espacio suficiente en la ducha para tallarnos la espalda y hasta vi que había espacio suficiente para la fantasía.


Fue en tu sala, la de un sillón, un escritorio y tres sillas, a la que llamabas también oficina, en la que me imaginé desnudo muchas veces, sin dejarte trabajar, sin darte espacio ni tiempo suficiente para ti. Fue en ese mismo sillón en donde puse los codos encima y las rodillas en el piso para ti. Fue en ese escritorio en el cual me pusiste sobre la espalda. Fue en esas sillas en donde me senté sobre ti, una, dos y tres veces.


Yo vi una habitación con una cama grande y alta digna de un descanso cómodo para una pareja enamorada entre sábanas livianas, suaves, de miles de hilos, con almohadas cómodas de pluma de ganso. Yo nunca vi un colchón tirado en el piso, sin sábanas suaves, sin almohadas.


Fue en ese departamento escueto que vi una vida llena de amor, un amor que estaba dispuesto a dar sin saber cómo era dar amor. Yo no sabía si había reglas o no en el amor, si entre nosotros uno tenía que dar más y otro recibir, pero si por dar, quien lo daba tenía que recibir.





 
 
 

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